martes, 6 de noviembre de 2007

ESPACIOS DE VIDAS IMPROBABLES


Felipe es como el sur. Aunque hoy llegue tarde después de haber perdido un vuelo, tras no encontrar un tren con destino directo, después de cruzar quilómetros que lo alejan del mar. Felipe es como el sur.
Se acerca a nuestra mesa de local nocturno pasada media noche y con gesto retraído se aviene a la rutina de las presentaciones. Al sentarse, parece más cansado, pero se deja llevar por el vaivén de la conversación mientras se aferra a la primera copa. Al pasar de los minutos ya es uno de los nuestros, como si en un momento se hubiese despojado del incómodo ropaje de recién llegado. Tampoco es que hable mucho y, sin embargo, tiene su pose distraída un toque desenfadado de cordial proximidad. A veces, da la sensación de que viene y se va, de que llega para marcharse pronto; segundos en que se le nubla la mirada y uno se aventura a imaginarlo en otros mundos, espacios de vidas improbables, con maletas a las puertas de habitaciones lejanas en quien sabe que ciudades de mapas figurados. Pero siguen las copas, el local enciende luces y nos obliga la noche a ir de retirada. Entonces en la estrechura del asiento del coche, buscando por las calles algún bar con promesa de eterna madrugada, Felipe se arranca con un chiste, y la noche y él parecen conjugarse al compás de nuestras risas. Ahora luce galas de anfitrión consentido, se aventura con preguntas y nos habla de algún libro mientras deja que las palabras nos lleven hasta escenas de alegre desenfreno siempre en la compañía de nombres muy sonantes.
Y ya no es Felipe el nombre de portada de algún poemario leído y releído, el joven ensimismado que mira el mar en Rota en la fotografía del monográfico de la revista Litoral, es ya Felipe uno de los nuestros. Porque debe ser verdad que la noche une mucho, pero unen más, quizá, estos espacios intermedios de encuentros provocados por la casualidad, los puntos específicos de una geografía de espacio compartido con horas que se restan. Y el saber como el me dice, bajito, al despedirnos: "nos ha fallado el tiempo".

Felipe es como el sur. Envidiablemente inolvidable después de haber estado. Con promesa de reencuentro si al tiempo le conviene y el azar no distrae. Hasta siempre.

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